6/12/10

Disertación obrera

Quizás por su carácter empalagosamente bélico, odio rellenar cañoncitos de dulce de leche. En general realizo con gusto los demás quehaceres dentro de la cuadra de la panadería, pero cuando llega la hora de los cañones mi cara se transforma. Siempre quedan relegados en una lata cerca del horno, en la tarea tácita de enfriarse y así poder ser fragmentados aquellos bloques de hojaldre en individuales cañones huecos que han de ser completos por mi con dulce de leche repostero. No es una tarea fácil ni mucho menos. A priori es una simple rutina de complemento; con esto queda terminado el proceso de la elaboración del cañoncito. De aquí al negocio a ser vendido. Pero, más hondamente, uno no puede escapar al enchastre endemoniado de dulce de leche, manteca derretida y azúcar impalpable caramelizada que se desprende de esta tarea. Pienso, por esas cosas de la vida, en el Coronel Estomba, fundador de Bahía Blanca, y su relación estresante con los cañones. En lugar de dulce de leche, Estomba introducía por un lado una bala y por el otro la cabeza del enemigo (indio, correligionario, ex novia quizás) y daba orden de fuego. Recuerdo los cañones que vi en Carmen de Patagones a orillas del Río Colorado, todavía apuntando a posibles barcos del imperio del Brasil que venían a robarnos la patagonia y que no contaban con las ganas de matar a nuestros propios indios que tenían los militares de acá. Vencimos en el Cerro de la caballada pero no puedo con mis cañoncitos. Son cincuenta o sesenta y yo un hombre solo, con una manga de dulce de leche y un reloj en frente. El tiempo pasa rápido mostrándome todo lo que podría hacer en ese período y eso me enoja todavía más: yo no voy a tener una calle con mi nombre, ni voy a fundar una ciudad aunque sí voy a cargar con la responsabilidad de disparar ese montón de colesterol hacia el hígado del cliente. “Soy un asesino gastronómico… y un suicida” pienso mientras ingiero uno yo mismo mirando un almanaque ilustrado por Molina Campos y qué.

5 comentarios:

Mariana dijo...

aunque los hagas con odio, es un placer desayunar con ellos, más en tu compañía y la de tanita(un poco invasiva pero querible)
al bisabuelo cruells mis honores

beso :)

pd: tengo que ir a belgrano uno de estos días a buscar unos libros, si querés aprovechamos y vamos por las sandalias tmb

Daniela dijo...

Jajajajja......no pude evitar reírme al llegar al final de esta entrada... XD
Qué loco.......
Nunca me había puesto a asociar los cañoncitos de dulce de leche con las batallas del pasado.....
Igual te digo que el cliente se debe sentir agradecido de tener una muerte tan dulce y placentera.... ;)
Es preferible eso a ser atropellado por un colectivo,no?

Se que pasó muuuuuuuuucho tiempo desde la última vez que te escribí......Pero igual espero que pases una linda Navidad y Año Nuevo :)

Saludos.....

Dani.

Lápiz Azul dijo...

jajaja, este relato es sublime..
endulce, empalague y empache !

Saludos

Cronopios dijo...

Encontre mi mail y mi contraseña para firmarte pues! jaja
amo este texto creo que es lo mejor que produjistee, mmmm delicioso :P

sol ..* dijo...

ÑAM
no tengo más que decir.