La escuela me habría quitado el don de soplar panaderos. Recuerdo a los amigos que ya no son. “Que grande que estás, todo un hombre”. A punto matinée: salimos para entrar. Insertarnos. Te venden un vaso interminable de algo con alcohol, y bailan pechito con pechito, ¡porque si querés el ombligo, flor de cachetada! Subimos la radio en una tarde de sol, hacemos tereré, inventamos verdades, pagamos consecuencias. Tenemos el devedé con home theatre, pero la decisión es unánime: nos vamos a la pelopincho. El contador descuenta y el despertador no se enciende en tu F.M. favorita, sino en la voz de una empleada municipal que te llena los dedos de tinta, te saca una foto carné y te pide que vuelvas en un mes.