30/12/09

Infanta 2

La escuela me habría quitado el don de soplar panaderos. Recuerdo a los amigos que ya no son. “Que grande que estás, todo un hombre”. A punto matinée: salimos para entrar. Insertarnos. Te venden un vaso interminable de algo con alcohol, y bailan pechito con pechito, ¡porque si querés el ombligo, flor de cachetada! Subimos la radio en una tarde de sol, hacemos tereré, inventamos verdades, pagamos consecuencias. Tenemos el devedé con home theatre, pero la decisión es unánime: nos vamos a la pelopincho. El contador descuenta y el despertador no se enciende en tu F.M. favorita, sino en la voz de una empleada municipal que te llena los dedos de tinta, te saca una foto carné y te pide que vuelvas en un mes.

25/12/09

Infanta 1

Me acuerdo del jardín: los pasamanos, los toboganes, el arenero, que estaba lleno de piojos. Qué decir del olor a pata en el pelotero de Big Six. Mi mente refleja un mundo de pibes sin zapatos, que ríen y lucen cinturoncitos de cuero unos, conjuntito azul de jogging otros. Quién será, dicen frente a un VHS, el presidente del país de nunca jamás y cuántas Cindor habré de compartir con Nico hasta que me invite a su cumple en El Desvío.

11/12/09

Viernes 3 a.m.

Tu cuerpo me roza todo el tiempo, pero no te das cuenta. Estás dormida. Odio que se salga la sábana, pero estoy muy cansado para levantarme a hacer la cama. En la tele pasan Tinelli y yo me como un durazno. Hace calor, pero el ventilador no da más. Y antes que te despiertes pienso que Ricardo Fort es como Willy Wonka pero con más bíceps y menos umpa lumpas.

-¿Qué haces despierto?-
-Nada... insomnio-.

7/12/09

La historieta sin fin

Quién sabe quizás, digo, fuera inoportuno llamarlas alas. Por su funcionalidad nula tal vez; pues ya no podía (en otro tiempo sí), volar por los aires. No eran alas, decía, aquellas pantallas desplegables que surgían de sus omoplatos. Perro volador lo llamaron los buenos vecinos hasta que, una mañana, hicieron un plebiscito para bautizar al can. Hubo muchas propuestas. Quedó Beto. Y pudo esa noche olfatear las bolsas de basura siendo un nombre, y no un perro volador. Pero, oh paradoja, aprendió a volar nuevamente. Bah, aprendió... sintió mejor dicho, el aire en sus alas desplegadas, aquellas partes de su cuerpo que también habían recuperado su nombre, en pleno vuelo y todo.